lunes, julio 23, 2007

Educar a los topos

Es una maña muy bien lograda entre los escritores hacer novelas con tintes autobiográficos. Y mezclarlo con violencia, perversión y nostalgia mucho más. Obviamente cada mente es un mundo completamente diferente a los demás, tenemos entonces que la novela Éste que ves de Xavier Velasco es completamente kitsch, pequeñoburguesamente kistch. Educar a los topos, es radicalmente opuesta, en tono, en argumento, en fuerza literaria. La historia, por supuesto contada en primera persona, y utilizando técnicas como de flashbacks relata la infancia de “el italiano” encerrado en una secundaría militarizada. Editado por Anagrama, el relato provoca una especie de fuerza vengativa. Te hace cerrar los puños, pero no de conmiseración, sino para reventarle su madre a la vida que tan hija de puta es.

Es un libro ampliamente recomendable, baste decir que mi hermano de 17 años lo compró y con unas miserables palmaditas en la espalda me dijo: lee ignorante, tú tardaste 23 años en llegar a ese wey, yo solo 16. Argh!!!
Israel Chávez

“Los oficiales gritaban para hacerse entender, sin importar si estaban a sólo dos metros de ti. No concebían que pudieras comprender nada si antes no te revenaban los tímpanos. Si hubieran podido me habrían metido la lengua en la oreja. Y nadie gritaba tan alto como el teniente Oropeza, a quien –aseguraban los cadetes de preparatoria- le habían cosido el ano con hilo de cáñamo para que vociferara más fuerte. No podía asegurar si detestaba a mi padre por haberme arrojado a esa mazmorra de perros rabiosos, pero cultivaba hacía él un velado resentimiento: ¿acaso el resentimiento encontraría sus propias palabras muchos años más tarde? No tengo la menor idea. No sé como trabaja el cerebro ni cuáles líquidos se dejan caer o qué conexiones se interrumpen cuando las conexiones afloran. Y no quiero saberlo. Sin embargo, sólo era cuestión de realizar sumas elementales para concluir que no había hecho nada tan malo como para merecer que se me tratara a gritos, o se me pateara para obligarme a marchar correctamente. ¿Qué intenta exactamente comunicar uno cuando da un puntapié? ¿De qué lenguaje me había yo perdido? Si recluirme en colegio semejante no representaba un castigo, ¿cuáles eran entonces las razones de mi estancia en aquel edificio? Me estaba castigando, mi padre, por un hecho del que yo todavía no tomaba conciencia. Hipótesis que parecía venirse abajo porque, haciendo el recuento de mis pecados, no existía justificación alguna para endilgarme penitencias de tal naturaleza.”

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