domingo, septiembre 09, 2007

La esquina de los ojos rojos

Desde morro siento un vergonzoso orgullo de vivir entre el barrio y como que por ese entonces traía una garra bien clavada en la meritita alma. Si bien mi colonia no es como la doctores, la bondijito, la obrera, la guerrero o la mítica morelos, también tenemos muertes que corear.
Ahora es un asco ver que mis hermanos se divierten con sus computadoras personales cuando de chamaco yo salía a cascarerar en la calle. Quebrar uno que otro vidrio y por qué no, hasta piropear a las morras que se contoneaban yendo a comprar sus grapitas a la tienda. Ya de más grande, como a los doce o trece, pues me llegó la onda esta de grafitear en las paredes y como en ese entonces mis abuelos administraban una tienda pues ayudándoles conocí a un chingo de valedores bien ociosos. De ahí que estúpidamente formáramos nuestro crew y nos dedicáramos a la puta violencia sin sentido. Recuerdo que alguna vez nos invitaron a reventarle su madre a un wey que andaba cortejando a la piel de otro cabrón que ni siquiera conocía. Ahí andábamos en el mero desmadre, preparando la madriza cuando a un culero se le ocurrió vestirnos ad hoc pa ocultarnos las latas de aerosol en las mangas de las sudaderas y así cuando cazáramos al susodicho sorrajarle la putiza de su vida bien armados, como dios manda, que no? Otra ocasión se nos metió en la cabeza ir armar desmadres en otra colonia y que nos reventamos a un canijo que ya le traía ganas otro de nuestro clan. La violencia nos ganó pues hasta unas puntas salieron a relucir. Ah, que tiempos aquellos de pinche vandalismo. Chale, los putos años no pasan en balde. Ahora, aunque me sigan atrayendo los golpes, ya no los busco como antes. Si, como que me he mariconeado. Pero que chingas, a ver, quién será el gran hijo de puta que cante un tiro. Tú?
En fin, apenas el lunes termine otro libro del Ramírez Heredia: la bestia literaria. Es violento, sagaz, grotesco, machín. Robos, deslealtades, sangre, sexo, muerte, fuerza, violaciones, pobreza, ignorancia, religión, agandalle, redención.

Israel Chávez Reséndiz
0:36hrs

“Laila Noreña de Olascoaga siente, claro que siente, si son los dedos del Timo quienes arrancan la pantaleta, son las palmas de quien en su trabajo le dicen Sireno las que con dulzura le soban el vientre, le repasan el ombligo donde un dedo entra como si fuera un pene pequeño que gira, entra y sale en la redonda cavidad en medio del cuerpo de una mujer que aprieta las piernas como invitando a los dedos a bajar a la madriguera oscura, pelambre esponjoso sin rasurar porque al Timo la alaba, a él no le gustan que se afeitan el sexo, es ponerle mascara ajena, ella sabe que las máscaras están en todas partes, como lo están en los ojos del jefe que se acerca, se hinca y sin tocarla pega sus ojos al sexo de ella que abre más las piernas para que el hombre meta la mirada en lo más profundo, ella usa los dedos para abrir la vulva, estira los labios del sexo, que las miradas entren como rayo sin luz, como flechas sin arco, y de los ojos el hombre cambie a la nariz que huele, aspira, hace que los humores se recojan en un solo sentido hacia los huecos de la nariz que conjunta orificios y olores.”

* Rafael Ramírez Heredia. La Esquina de los Ojos Rojos. México: Alfaguara. 2006. 369 p

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