martes, noviembre 04, 2008

Drenaje profundo

A diario camino por los paraderos del metro, es muy común que en el trayecto converse con los obreros que viven en mi barrio. Al parecer, todos nos levantamos desde temprano y casi como autómatas apenas alcanzamos a comer algo y nos enlistamos directo a las fauces del subway.

Antes de entrar, debemos sortear los puestos ambulantes de comida. Por todos lados se percibe el olor a grasa quemada; siempre hay gente formada esperando un trozo de comida a medio cocer. Mientras sigo caminando, trato de imaginar el nivel de resistencia de nuestro sistema inmune, pienso que debe ser bastante fuerte para no dejarse enfermar por la constante suciedad con la que se preparan los alimentos.

Sigo conversando y los demás carpinteros me dicen que el río de gente que aborda el subway es muy parecido a un chorro de aguas negras cayendo en una cloaca. Por ahí, otro obrero bromea con el asunto y comenzamos a reír. No nos importa la miseria, ni la suciedad; es nuestro momento, nuestra sonrisa y aunque nos sepamos desahuciados, disfrutamos el chiste y la camaradería. Finalmente subimos a los vagones. La mayoría de la gente mira hacía el suelo. Se puede percibir el temor por la debacle financiera y los probables despidos. Cada quién va ensimismado, haciendo cálculos de los gastos familiares, repitiéndose una y otra vez si de algo sirve vivir en una sociedad democrática. ¿Para qué los votos? ¿para qué, las campañas electorales? ¿para qué los impuestos? Si en el barrio no existe una sola clínica de salud, no hay posibilidad de empleo, ni escuela libre de grafittis y nota roja.

Siempre la misma noticia, la misma pobreza, la misma marginación. Ya nadie pierde el tiempo leyendo los titulares de la prensa. Siempre lo mismo: corrupción, robo, fraude, violencia. Que cada quién se rasque con sus propias uñas. De eso se trata, de sobrevivir. Al fin y al cabo, el planeta sigue girando.

Por las mañanas el frío arrecia. Entrelazo mis manos y le doy un soplido, creo que es la única forma de mantenerme caliente. Mientras tanto, trato de recordar las calles de Centro Habana repletas de gente alegre, llena de candela. Hago el contraste y caigo en cuenta que en mi país se padece más pobreza, más desigualdad.

He visto los peores niveles de mendicidad que un ser humano puede soportar, he visto también las cantidades de droga que hacen más llevadero el asunto. Pero hasta que punto el cuerpo se colapsa, hasta cuando tensaremos el puño y saldremos de nuestras favelas. ¿Hasta cuando le regresaremos el golpe al capital?

Después de dos horas, finalmente llegamos al trabajo. La jornada apenas comienza. Así se nos pasa la vida. Por la noche, el subterráneo comienza a escupir obreros. Los paraderos se vuelven a llenar de basura y suciedad. El transporte público es insuficiente, todos luchan por un lugar que los regrese a casa. La mayoría va harta y cansada, no quieren saber si el dólar se cotiza más caro o si Wall Street tuvo ganancias. Todos queremos llegar, comer un poco y descansar. Pero la realidad es muy diferente. Por si no fuera poco, comienza a llover y el chorro de aguas negras va en aumento; entre los carpinteros intercambiamos miradas deseando que algún día el fango se desborde; pero ya no tenemos energía para bromear. Mañana tendremos más de lo mismo.

Israel Chávez Reséndiz
1:47am

1 eyaculaciones:

No mames cabrón, cada vez que entro hay algo nuevo y chingón. Sale seguimos en contacto, a ver si te da una vuelta por el mio, me largo a hacerme una chaqueta.
CHUCK.