Que se mueran los intelectuales

Parafraseando a un entrañable amigo diré que después de cinco años de universidad me quedo con muy pocas cosas. Afortunadamente no tengo fotografías de los individuos con los que estudié. Me quedo con el profundo desprecio que sentí hacia ellos, hacia su cultura. Su fantochería. Su vanidad intelectual, su racismo.

Soy un pobre diablo, marginal y obsceno. Nada que ver con los brillantes hombres y mujeres de éxito que ahora dirigen el establishment de la cultura. La experiencia me dice que mientras sigo inhalando derrotas y bebiéndomelas a la menor provocación, mis compañeros de aula, dirigen investigaciones históricas e incluso garabatean poesía. Sí, esos imbéciles que idolatraban a Octavio Paz, que hablaban del existencialismo de Sartre, que se ostentaban como los más férreos anarquistas y simpatizaban con la lucha indígena. Los mismos que cuando miraban a un migrante poblano o oaxaqueño subían el polarizado de su auto y fruncían el rostro por la horrible experiencia. La misma gente que ahora estudia su doctorado en el extranjero y sigue deliberando sobre el impasse intelectual. Gente culta, refinada.

Perdí mí tiempo leyendo Que se mueran los intelectuales, imagino que Armando Gonzáles Torres pudo haber sido uno de esos muchachos brillantes. De los que si valen la pena y ya son alguien en la vida. Ahí tienen varios ensayos escritos magistralmente por “una de las plumas más prometedoras de su generación.” Dilucidando que si la CULTURA con mayúsculas son las bellas artes; si la cultura popular es puro folclore o si la cultura de masas produce pura basura mercadológica. Pero su tino intelectual no se queda ahí, nos habla sobre la culturita, sobre el mecanismo autogestivo y creador que producen los nuevos artistas. Sobre lo irreverente e “indies” que pueden ser. Sobre su progreso marcado por una vanguardia que muy pocas mentes alcanzan a disfrutar. Sobre la estética de la estética. Como él yo creo.

A mi me gustan mis derrotas, las he llegado a disfrutar. Ya no pierdo el tiempo en sueños ni en disciplinas. No me llevan a ningún lado. Hasta cierto punto me enorgullece la marginalidad con la que convivo a diario. Desde niño he metido las manos al fango para rescatar un pedazo de comida. He conseguido mis propios medios; a base de frustraciones y rencores he creado mi propia atmósfera. Sé que no basta con estirar la mano y recibir un fajo de billetes, hay que boxear, tensar los puños y dar batalla en el filo del abismo. Escribir en el intento.

Degusto a las mujeres y más cuando tienen algo que decir. No basta con abrir las piernas. El coito es lo de menos. Me gusta fantasear con el arte, disfrutarlo, vivirlo. Apenas la semana pasada visité un par de exposiciones, me excitaron. Creo que para eso son. La obra tiene que generar emociones, odios, rencores, cariños, irreverencias, frustraciones, alegría, tristessa. No hay más. La obra que no logré esto, será un completo cubo de basura fétida. Pues la indiferencia terminaría con el espíritu del artista. Tanto él y su obra ostentarían un altísimo nivel de estupidez, justificado en lo pos-moderno. En la mierda pues.

Además de las obras, sus autoras me gustaron también. Tienen mucho que decir, de expulsar. Me gusta que rompan el silencio y maten a puñaladas el espacio, que lo trastornen, lo violen, lo corrompan. Me gusta eso, si, creo que así es.


Arte

Cuando el
espíritu
se desvance
aparece
la
forma.

* buk

israel chávez reséndiz
22:10hrs