Mostrando las entradas con la etiqueta libertad. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta libertad. Mostrar todas las entradas

jueves, febrero 07, 2008

Monopolio de la estupidez

Durante el CCH llené mi cerebro con puras ideas anarquistas. Del comunismo exacerbado pasé al estudio del socialismo científico y a la crítica del socialismo utópico. Todas las lecturas apuntaban a un cambio radical, tendríamos que abolir la figura del estado para consumar nuestra libertad. Al carajo con las ideas de socialdemocracia, al diablo con las dictaduras del proletariado. Ya no era comunista, yo trabajaba por la libertad.

Era común que entre compañeros discutiéramos la situación política del país; ahora que lo pienso, me produce mucha risa el papel que asumíamos como activistas libertarios. Ah, como nos gustaba esa palabra: libertarios. Rechazábamos el mote de punks, incluso el de anarquistas pues nos parecía un timo, aunque para ser sincero, disfrutábamos vestir de negro con parches que incitaban a la violencia por la libertad: a la acción directa.

Por mucho tiempo dedicamos nuestros ratos de ocio a generar manifestaciones. Asistíamos a marchas, escribíamos demasiados panfletos, nos adoctrinábamos con más y más teoría política, incluso estúpidamente estudiábamos manuales para crear explosivos y de vez en cuando arrojábamos bombas molotov en el estacionamiento de la escuela. En fin, el nivel de enajenamiento fue bastante elevado. De ahí que cuando marchábamos por el centro de la ciudad nos cubríamos el rostro para realizar pintas como: “no al terrorismo de estado” o “privaticen el hambre y la miseria”; pero de la que más echábamos mano era: “sin dios, ni patria, ni frontera…sin dios, ni amo, ni autoridad, yo peleo por la libertad. Viva la autogestión.” Por ese entonces me imaginaba un estado fuerte, un estado digno de combatir, un estado que ejercía el monopolio de la violencia con tal precisión que nos mantenía sometidos en la más injusta pobreza. De alguna manera, idealizábamos al “enemigo”. Hablábamos de tácticas contra-insurgentes, de la doctrina del enemigo interno, de la dichosa escuela de las américas que no era otra cosa que la más sanguinaria escuela contrainsurgente administrada por los yanquis. Teníamos mucho odio en la cabeza, éramos libertarios.

Ahora he desistido del pensamiento político, lo aborrezco. No me importa acabar con el estado ni con la autoridad. Lo hago conmigo mismo. Sin embargo los sigo odiando. Tenso mi puño cada vez que miro a “alguna fuerza del orden”, ya no muestro conmiseración alguna. Antes por ejemplo, estaba convencido que “las fuerzas del estado” eran el pueblo convertido a fuerza de culatazos en soldado o policía. Ahora que lo miro caigo en cuenta que no son más que varios kilos de mierda envueltos con los impuestos que me arranca el estado. Llamarles neandertales sería un halago, de eso estoy seguro. Todos ahí altaneros con su plaquita, alardeando que son la ley, fanfarroneado con su arma de cargo (con la que muchos de ellos se han matado por no saberla utilizar), balbuceando reglamentos y códigos penales para estafarte de la peor manera. Son pura y vil mierda humana. Gargajos en la pared.

Ellos son quienes ejercen el monopolio de la violencia, quienes nos despojan de la libertad, quienes representan la coerción del estado. Policías al fin y al cabo, una sub-especie humana en constante crecimiento. No hay duda, semejante castigo es proporcional al nivel de nuestra inteligencia. Después de todo, lo merecemos; pues somos incapaces de cambiarlo.

israel chávez reséndiz
0:02hrs