sábado, noviembre 24, 2007

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Two

En la secundaría comencé a dudar. No sabía porque estudiaba. Las cosas perdían sentido. El dinero circulaba junto con la marihuana. Yo lo ganaba con el oficio de mi padre. Los fines de semana regresaba al taller, tomaba el martillo o cortaba tiras con la sierra. Aprendí la diferencia entre chalan, medio oficial y maestro. Para ese entonces ya sabía hacer puertas, todavía no las colocaba, porque para eso se requiere de mayor destreza. A veces íbamos a las obras, unas más, a casas habitadas. Nos sentíamos más a gusto entre pares, entre chambeadores, es más cómodo porque no tienes que soportar la mirada inquisitiva de la servidumbre del poder. Me resultaba muy curioso observar las actitudes despóticas de choferes o de trabajadoras domésticas, tal parece que su único objetivo es vivir a la sombra de sus patrones, reproduciendo sus mismas prácticas racistas, aunque ellos se las arreglaban para ser más miserables. No podíamos utilizar la misma puerta de entrada “porque el señor mando decir que esa es la puerta de su casa” que si queríamos, utilizáramos los demás accesos. Pero eso no era todo, cuando instalábamos los muebles de las cocinas nos era muy frecuente escuchar pláticas que daban fe del altruismo de los patrones de la casa. –Mira, el señor me regaló sus botellas de ron y de whisky, están rotas, apenas tienen el asiento pero son importadas de Europa. Ya sabes, yo no me rebajaría a comprar en las vinaterias de las colonias. Eso es corriente, por eso ya les dije a mis hijos que no sean albañiles, que de una vez fueran tirando su televisión porque “el señor” ya me prometió regalarme la de plasma que no quiere su esposa.

No desdeño el oficio de mi padre. Aprendí la mezquindad del dinero, de las influencias. Era frecuente que después de terminar un trabajo, el cliente echara mano de sus actitudes empresariales y se negara a pagar argumentando cualquier estupidez, desde el color de la madera hasta el número de clavos utilizados para reforzar el mueble. ¿Reclamar? Para qué, si apenas sacábamos lo suficiente para sobrellevar la crianza de mis hermanos. No podríamos solventar ni en tiempo ni en dinero los gastos de un juicio o de una demanda laboral. Yo tenía mis métodos. Descorchaba las botellas más opulentas y las dejaba escurrir, escupía en su comida, orinaba las portezuelas de sus autos -justo en la manija-, me masturbaba con sus ropas y las volvía acomodar entre las prendas limpias. En fin, cobraba venganza.

Con el paso del tiempo mis venas fueron segregando más rabia. Me lastimaba golpeando de mala manera los tablones de maple que descansaban en el taller. Necesitaba pelear -aprender-, ser violento, dejar de lado mis métodos afeminados para vengar el honor familiar, los puños tendrían que hablar por mi. Buscaba cualquier pretexto para ofender a los demás, mi instrucción no solo dependería de mi fuerza anatómica, también de la agresión verbal. Fuerza de carácter. Ya no echaría el cuerpo hacia atrás en las peleas como en la primaria. Agradezco a Raúl no haberme defendido cuando me rompieron el labio por primera vez; lo sé porque la humillación devino en coraje, la burla en odio, la violencia en placer. Comencé a transformarme.

israel chávez reséndiz
22:30hrs

3 eyaculaciones:

¡Qué pasa canalla! ¡Cómo va eso!
No he tenido mucho tiempo para escribir algo para el fanzine que me comentastes. Estoy escribiendo un cuentico sobre colecciones envenenadas, espero enviártelo en breve. Sigue creando maldito visceralista.
Cuidate,
Saludos.

Hola cabrón, no sé porque puta razon tu bloggg no me deja poner comentarios con mi link, así que lo dejo anonimo, pues ya no hago etereo ahora hacemos electro, haber si checas nuestra pagina no seas puto www.myspace.com/veffekt1
por otro lado no creo ir a tu fiesta ya que tocamos ese mismo dia en puebla, ahi pa la otra, cuidate cabrón y metele más a la tesis.

ahora si pude, pero desde otra compu, sale culero